La forma de la casa como idea de proyecto
- Fernando Díaz-Pinés Mateo Directeur
Université de défendre: Universidad de Valladolid
Fecha de defensa: 23 octobre 2014
- Eduardo Miguel González Fraile President
- Eusebio Alonso García Secrétaire
- José Juan Barba González Rapporteur
- Juan Ignacio Mera González Rapporteur
- Carlos Labarta Aizpún Rapporteur
Type: Thèses
Résumé
La forma del arquetipo de la casa es una realidad construida que se viene registrando en las publicaciones especializadas de arquitectura desde finales del siglo XX, lo que supone la firme recuperación del icono de la casa en la cultura contemporánea. Ya en el siglo XVIII, los arquitectos revolucionarios buscaron un nuevo lenguaje arquitectónico frente al clasicismo a través de los sólidos puros, de geometría elemental y precisa, básicamente la esfera, el cubo y la pirámide. Con las vanguardias artísticas de mediados del siglo XX comienza a definirse conceptualmente el poliedro de las siete caras como el arquetipo de la casa y, por excelencia, como el arquetipo de la arquitectura, intemporal y universal, que no proviene de ninguna cultura en particular, sino de todas, es decir, del imaginario colectivo, así esta forma es específicamente arquitectónica. El hastial, proscrito por la modernidad, será el detonante que determine su configuración volumétrica, en el que se reconoce antropomórficamente el ser humano, cuya proyección en profundidad da lugar a una forma anisótropa con un eje vertical (la posición erguida), y uno horizontal (el desplazamiento). Fue vana la pretensión de que desapareciera una forma que había ido ligada a la evolución de este ser civilizado. La idea-fuerza de esta figuración de la casa supera al campo disciplinar de la arquitectura. Todas las artes, sin excepción, han precisado de ella, bien como signo, esquema, símbolo, o imagen para expresar o evocar emociones, sensaciones, sentimientos y experiencias que pertenecen a la esfera de lo humano. También áreas del conocimiento, como la psicología y la filosofía, se han servido de la representación física o mental de la casa como metáfora para transmitir conceptos complejos. Aun cuando los propios arquitectos modernos rehusaron con vehemencia introducir la forma tradicional de la casa en sus proyectos, recurrieron a ella para ilustrar sus ideas. El arquetipo de la casa no proviene de la esencialización de las formas de la tradición, ni de la absorción de los principios de la modernidad, tanto en lo formal como en lo conceptual, de lo que dan buena cuenta notables ejemplos como las casas Kazuo Kikuchi (1929) de Yamaguchi, Watzek (1936) de Yeon y Verrijn Stuart (1940) de Rietveld. Pero el discurso se podría trazar con las propias residencias que se hicieron arquitectos como Maekawa, Asplund, Markelius, Venturi y Brown, Moore, Erskine, Ungers, Toyo Ito, Murcutt o Zumthor. La configuración formal de la casa deviene de las necesidades físicas y psíquicas del ser humano: el fuego, el basamento, la cubierta, el cerramiento, como ya describió Vitrubio. Todo ello sustentado en el equilibrio y el orden entre las partes, en la simetría y la igualdad, fundamentos claves para una construcción certera, eficiente y estable, basada en procedimientos empíricos transmitidos de generación en generación. Pero el modelo matriz se veía alterado por las necesidades cambiantes de los usuarios, no siempre previstas, dando lugar a formas que debían ajustarse a las nuevas circunstancias, diluyéndose así la forma original ordenada. La arquitectura asume y participa de ese proceso de ¿deformación de la forma¿ que se encuentra en la evolución de todos los seres vivos y los elementos de la naturaleza. Entre los preceptos del Movimiento Moderno no se precisaba de la simetría en la composición de los edificios, de ahí que la forma ¿saltboxiana¿ para los arquitectos supusiera la oportunidad de reconocer en la historia los temas enraizados en la auténtica tradición, a través de los cuales armar un discurso personal. La evolución de los sistemas constructivos, en especial desde el balloon frame, propiciará la libre configuración del volumen, afianzando la autonomía compositiva del cerramiento de la caja hasta convertirse en una auténtica pared maestra, dando lugar a la disolución de la jerarquía de los alzados. La esencialización de la forma del arquetipo se potencia, así, en una imagen plástica liberada de la tectónica que conducirá a la configuración de la forma del arquetipo como constructo mental, y en definitiva a una cierta atectonicidad anhelada por la modernidad, que se activa como autorreferencial, significándose en tanto objeto identitario de lo humano. Desde que los arquitectos protomodernos se iniciaran en una nueva arquitectura, se debatieron entre las formas puras, por un lado, y las derivadas de la tradición, por otro, pero sin encontrar la imagen que caracterizara lo doméstico. La segunda generación de arquitectos modernos pronto vieron agotados los modelos abstractos resueltos con cubiertas planas, y exploraron otras soluciones que proporcionaran mayor expresividad, pasando por las de tipo ¿mariposa¿ o en V, hasta llegar a las audaces formas orgánicas hacia la mitad del siglo XX. Tras la banalización de las formas históricas en la postmodernidad, surgieron temas que superaban la forma de la casa como imagen. Se dispondrá de suficientes herramientas para adentrarse en cuestiones que atienden a la fenomenología del espacio, abarcando desde lo cerrado a lo abierto, en beneficio de la habitabilidad y la confortabilidad, generando empatía en sus habitantes. Tan importante es el reconocimiento de la forma del edificio envolvente para los transeúntes como el edificio cavidad para sus ocupantes, por lo que cobra sentido la construcción del vacío; en definitiva, sería la construcción estereotómica de la forma del espacio y no la construcción de la caja tectónica tradicional. La forma icónica del arquetipo se constituye como una señal identitaria de este ser civilizado en el medio natural en tanto expresión de individualidad, y en el urbano en cuanto individuo integrado en la colectividad. Esta forma se incorpora en los años setenta del siglo XX a las ciudades como respuesta al urbanismo caótico, en muchos casos constituido por una arquitectura sin arquitectos, ajena a la tradición local, de muy baja calidad arquitectónica, y al tiempo aparecían magníficos proyectos ensimismados que no contribuían a establecer una ciudad humanizada. Conforme se acercaba el siglo XXI, se ha asumido la forma icónica del arquetipo de la casa sin prejuicios y con naturalidad, ajena al dilema entre arquitectura vernácula esencializada, o, bien, arquetipo de la casa. Más bien surgen dos líneas de actuación, que no son excluyentes entre sí, ni con cualquier otra forma arquitectónica, e incluso en ocasiones convergerán. Es por ello que se descubrirán proyectos difíciles de encuadrar o clasificar en una u otra línea, la de la cabaña primitiva, pero modernizada, y la de la cabaña moderna, la que se puede definir como la Casa Icónica.