La literatura cómicaanálisis antropológico y comparado del motivo humorístico del viaje en la novela picaresca española e inglesa

  1. Zea Álvarez, Francisco
Dirigida por:
  1. Alfonso Martín Jiménez Director

Universidad de defensa: Universidad de Valladolid

Fecha de defensa: 19 de septiembre de 2013

Tribunal:
  1. Tomás Albaladejo Presidente/a
  2. José David Pujante Sánchez Secretario/a
  3. Juan Carlos Gómez Alonso Vocal
  4. David Viñas Piquer Vocal
  5. Fernando Cabo Aseguinolaza Vocal

Tipo: Tesis

Resumen

El propósito de esta tesis doctoral es realizar un análisis antropológico de la literatura cómica centrándonos en el motivo humorístico del viaje en la novela picaresca española e inglesa. Hemos detectado en los diversos estudios de la literatura cierta tendencia a considerar la ciencia literaria como no problemática, como si bastase seguir unas sencillas reglas metodológicas para alcanzar el conocimiento tal y como sucede en las ciencias naturales. Sin embargo, las ciencias humanas no pueden limitarse a aplicar el método científico basado en la observación y la descripción porque su objeto de estudio no es manipulable. La aproximación a la realidad en ciencias humanas es mucho más directa, se tiene una comprensión intuitiva de los significados, de ahí que consideramos imprescindible que haya que hacer explícitas las condiciones teóricas y el camino metodológico seguido por el investigador, de modo que el lector esté en disposición de ser consciente del suceso en la investigación. Por ello hemos dedicado la parte teórica de esta tesis doctoral a la definición de los presupuestos teóricos en los que nos basamos, lo que en ciencias sociales se conoce como reflexividad. Asimismo, y aunque les reconocemos un mérito incalculable a los estudios literarios que intentan arrojar algo de luz al fenómeno literario desde la antropología, consideramos que los métodos basados en los descubrimientos de Gilbert Durand, Gaston Bachelard o Jean Burgos pueden y deben ser complementados con los hallazgos de antropólogos simbólicos más modernos como Victor Turner, Mary Douglas o Clifford Geertz. Por ello, la parte teórica de esta tesis doctoral, a la par que un intento por hacer explícitos nuestros posicionamientos teóricos, propone un método de crítica literaria antropológica más actualizado. Para hacer explícito nuestro posicionamiento teórico hemos partido de las tres grandes preguntas que lleva haciéndose la teoría y la crítica literaria desde Aristóteles: ¿es posible el conocimiento objetivo de la literatura? ¿El fenómeno literario debe limitarse al fenómeno individual o para comprenderlo hay que tratarlo de forma holística y elaborar leyes generales? y ¿el sentido del hecho literario reside en las palabras -inmanentismo- o existen condicionantes externos imprescindibles para poder interpretarlo? Tras analizar pormenorizadamente las diversas respuestas que se han dado a lo largo de la historia desde la crítica y la teoría literaria, hemos llegado a la conclusión de que la realidad es poliédrica y que, por lo tanto, no existe un método universal. Aceptamos las objeciones hechas desde el relativismo y el interpretativismo al excesivo reduccionismo de ciertas corrientes de crítica literaria que pretendían convertir la literatura en un fenómeno objetivo y, por tanto, explicable desde los presupuestos metodológicos de las ciencias tradicionales. Sin embargo, aceptar sin fisuras los presupuestos de relativismo y el interpretativismo deriva inevitablemente en un análisis infinito de las variables que pueden determinar el conocimiento y la percepción del mundo por parte del investigador, así como en la imposibilidad de la comunicación del saber por falta de un lenguaje común o universal, lo que, en última instancia, acaba negando la posibilidad del conocimiento. Por ello, consideramos que la triangulación es el modo adecuado para acercarse a la realidad poliédrica, al combinar distintas técnicas de indagación para lograr hallazgos complementarios. Un único método no puede abarcar todas las caras de la realidad, pero sí uno. Sumando todos los métodos nos acercamos lo suficiente a esa realidad poliédrica. Tal vez no obtengamos una verdad absoluta, pero sí una verdad razonable. Según Denzig para evitar sesgos la triangulación debe darse en cuatro niveles: triangulación de datos, de investigadores, teórica y metodológica. La triangulación de investigadores queda descartada en una tesis doctoral de estas características por razones obvias. Para triangular datos en los estudios literarios deviene necesario atender a criterios geográficos y temporales, trazando así un corte longitudinal y otro transversal. Dado que el investigador no puede atender a un campo tan extenso como la literatura universal, es necesario recurrir al muestreo. En este sentido, el muestreo estratificado es la mejor solución al problema de la representatividad. Este muestreo estratificado debe hacerse de acuerdo con el concepto de polisistema literario de Even-Zohar y contemplar obras pertenecientes a todos los estratos de polisistema. Sin embargo, esta opción no basta para que el muestreo sea representativo, ya que existe la duda de qué obras seleccionar de cada estrato de polisistema. Por ello proponemos recurrir a lo que Glacer y Strauss llamaron muestreo teórico, y seleccionar los casos que parezcan más apropiados al crítico literario para sacar a la luz categorías analíticas que orienten su investigación. Anthony Giddens propone cinco formas de triangulación metodológica: la encuesta, la historia de vida, la experimentación, el análisis histórico y la comparación. La historia de la literatura, sobre todo desde el nacimiento a finales del siglo XIX de la comparatística francesa, ha prestado especial atención a la comparación como el mejor método para sacar a la luz irregularidades. Sin embargo, a diferencia de la vieja literatura comparada francesa, no consideramos que la comparación deba ser un fin en sí misma, sino tan sólo el paso previo a la explicación. La comparación no es más que un instrumento para sacar a la luz categorías analíticas que permitan clasificar la información desestructurada. Una vez identificadas estas categorías analíticas sobre las que construiremos nuestra tesis doctoral, procederemos a triangular explicaciones -triangulación teórica-. Las explicaciones genéticas son lo que la vieja literatura comparada francesa llamaba relaciones de hecho y lo que la antropología de Franz Boas tiempo después llamó difusionismo, y que consiste exactamente en la influencia directa o contacto entre escritores. Consideramos superado este comparatismo anclado en inservibles categorías analíticas como las literaturas nacionales. Sin embargo, defender que la literatura es un fenómeno universal que en modo alguno depende de las fronteras no quiere decir que, en determinadas ocasiones, no hayan existido relaciones de contacto entre autores y obras. Negar la influencia directa sería negar una de las dinámicas fundamentales de la literatura. La influencia directa de Petrarca en la obra de Garcilaso de la Vega es una realidad incuestionable, y no puede entenderse la obra de Garcilaso en toda su complejidad sino es teniéndola en cuenta. Una vez trazadas las relaciones de los autores y sus obras, las explicaciones estructurales, por medio de la comparación, nos permitirán sacar a la luz los elementos que componen el fenómeno literario y sus relaciones. Las explicaciones causales o nomológicas, como señalaba Claudio Guillén, tienen que atender a aquello que hay de local y de universal en cada fenómeno literario. Para ello deben hacerse en tres niveles: en primer lugar, dado que la literatura es un fenómeno cultural y las diferentes identidades culturales se plasman en la obra, es necesario explicar la relación causal que existe entre ambos polos; en segundo lugar, se trata de encontrar qué hay de universal en un fenómeno determinado dado; y en tercer lugar es necesario encontrar el significado local, individual y particular del fenómeno, ya que la literatura y la cultura no son fenómenos homogéneos ni todas las obras son la misma. Las explicaciones funcionales explican la presencia de un rasgo en el sistema por su contribución o por sus efectos al mismo. La antropología funcionalista consideraba que la literatura era la expresión simbólica de unas determinadas estructuras de poder que difunden los sentimientos y valores asociados a esas estructuras. Así, la literatura era un instrumento al servicio del poder consensual. Sin embargo, estas explicaciones pecaban de demasiado simplistas al obviar que las sociedades son complejas. Los modernos estudios de antropología política de los teóricos de la acción ponen de manifiesto que la norma en las sociedades es la tensión y el cambio. Desde el punto de vista del funcionalismo clásico, un fenómeno como La Celestina difícilmente podría explicarse, ya que es imposible que contribuya al mantenimiento del sistema de valores una obra que precisamente pone en tela de juicio ese mismo sistema. Para superar las limitaciones del funcionalismo estático hemos optado por aplicar el concepto de polisistema de Even-Zohar no sólo al ámbito literario, sino al conjunto de la sociedad. Así, las sociedades son polisistémicas, en el sentido de que existen diferentes facciones o grupos enfrentados entre sí por el poder. Siguiendo una metáfora espacial, Even Zohar denomina estrato central a la facción que detenta el poder, y estratos periféricos a aquellos que aspiran a hacerlo. La lucha por la posición central es constante, y de ahí que el cambio, el conflicto y el proceso sean, como señalaban Gluckmann o Turner, la norma. Atendiendo a la heterogeneidad y al conflicto en el seno de las sociedades, ya no resulta problemático ubicar obras con un carácter tan marcadamente subversivo como La Celestina o El Libro de Buen Amor, porque ya no tienen que ser expresión simbólica de los valores del poder, sino que pueden estar al servicio de los estratos periféricos del polisistema en su lucha por ocupar la posición central. De este modo, las funciones de la literatura se amplían a cuatro: justificación y promoción simbólica de un estrato del polisistema, función autocrítica en el seno del estrato central del polisistema para que se adapte a los cambios, instrumento al servicio de la periferia para atacar al estrato central y ocupar su posición o defensiva desde el estrato central atacando a su vez a los periféricos. La intención del autor no tiene por qué coincidir con el uso que hace la sociedad de su obra, de ahí que las explicaciones funcionales deban ser complementadas con las intencionales. Sin embargo, estas últimas son las más polémicas en ciencia literaria, mucho más cuando han pasado varios siglos desde la muerte del autor. Si no podemos hablar con Cervantes, difícilmente podremos estar seguros de que pretendía al escribir el Quijote. Pero, en nuestra opinión, que la intención del autor no esté expresada de forma explícita en el texto, no quiere decir que no exista. Siempre que un ser humano lleva a cabo una acción, tiene una motivación, aunque muchas veces sea inconsciente. Otra cosa es que esa motivación no aparezca expresada explícitamente en la acción. La falacia biografista no invalida por completo la explicación intencional, sino que solamente nos previene ante el riesgo de una generalización excesiva. Considerar, por ejemplo, que la intención del autor de El Lazarillo de Tormes es justificar ante los ojos de su protector el estado de deshonor en que se encuentra el pícaro es, evidentemente, una simpleza. Pero ello no quiere decir que el autor del Lazarillo no estuviese movido por alguna motivación y que, de alguna manera, esa motivación haya tenido cierta influencia en el texto. El medio para descubrir esta motivación puede ser, a veces, el propio texto. Aunque puede resultar tentador dejarse arrastrar a extremos relativistas, parece evidente que el autor del Lazarillo tenía la intención de criticar a la Iglesia. Incluso en el caso de que el autor del texto no se identifique en forma alguna con el narrador o con sus personajes, ello no demuestra que no podamos extraer la intención del autor del texto. Una vez delimitados los posicionamientos teóricos de nuestra investigación, procederemos a definir las categorías analíticas surgidas en el decurso de esta investigación y anunciadas ya en el título de la misma. La primera de ellas es el "motivo", por el que se entiende una situación de base que sirve como modelo arquetípico sobre el que los autores construyen sus obras. Desde el punto de vista de las explicaciones nomológicas, los motivos son el resultado de la naturaleza simbólica de la cultura. El cerebro humano en el momento del nacimiento tiene potencialidades, pero está vacío de información. La información simbólica es adquirida en las diferentes culturas, de ahí que los motivos sean el resultado de esos esquemas mentales simbólicos que adquirimos los seres humanos para orientar nuestra conducta. Así, los motivos tienen un componente al mismo tiempo universal y particular. Universal porque participan de esas potencialidades que tiene el cerebro el momento del nacimiento, pero, al mismo tiempo, son culturales y particulares porque esas potencialidades no se concretan del mismo modo en las diferentes culturas ni en las diferentes personas. Todos los seres humanos tenemos una dimensión religiosa o tendemos a establecer relaciones de parentesco, pero no es igual el modo en que vivían la religión los pacíficos budistas que los belicosos aztecas o las familias entre parejas homosexuales y heterosexuales en la Europa occidental. Del mismo modo, aunque el Cid y Sherlock Holmes son héroes iniciáticos, el significado de ambas concreciones del motivo no puede desprenderse exclusivamente de su universalidad, ya que las diferencias de significado entre uno y otro son evidentes. La percepción humana y, en consecuencia, nuestra conducta dependen de nuestros imaginarios simbólicos. Tal y como demostraron Victor Turner y Mary Douglas, los símbolos transmiten tanto conocimiento como sentimientos y valores, de ahí que el control de estos símbolos sea una de las formas de control social. Mary Douglas llamó representaciones colectivas a esas realidades comunes a todos los miembros de la sociedad. Sobre estas representaciones colectivas, que recogen las cosas que una sociedad cree evidente y no se plantea, se fundamentan las bases de la estructura social. Para la filosofía marxista, el empleo de motivos en la literatura en tanto que símbolos y, por tanto, representaciones colectivas, no es más que un medio de perpetuación social. Transmitiendo representaciones colectivas por medio de la endoculturación se ofrece un modelo de conducta, de identidad de pensamiento a las generaciones venideras, reproduciendo así el orden social. Sin embargo, el marxismo clásico peca del mismo error que el funcionalismo estático de Radcliffe-Brown o Evans Pritchard. Las estructuras sociales no son homogéneas, sino entes definidos por el proceso de cambio. Así, cada estrato del polisistema crea sus propias representaciones colectivas y manipula las de los demás en función de sus intereses. El procedimiento literario consiste en la sacralización de sus representaciones, presentándolas a través de motivos literarios y desacralizando las identidades colectivas de los otros estratos del polisistema. Gracias a las explicaciones estructurales y a la aplicación del método comparativo hemos podido sacar a la luz los elementos constitutivos de diferentes motivos. Al mismo tiempo, hemos observado que la presentación de estos motivos variaba ostensiblemente en función de que se concretase en una obra cómica o en una seria, y que el modo en que se hacía en unas y otras podía ser contemplado como una variable. Así, por ejemplo, el modo de presentación del motivo ¿triángulo amoroso¿ en obras propios de la literatura de la seriedad, como La Regenta, La Ilíada o El origen del mundo se opone al modo en que dicho motivo aparece en obras cómicas, como las de Molière o Plauto, que, a su vez, son semejantes entre ellas. Este hecho nos ha llevado a introducir una nueva categoría analítica: lo cómico y el humor. De forma general, hemos definido la literatura cómica o humorística como aquella que hace reír o sonreír al lector. El método fundamental para hacer reír consiste en la transposición de los solemne en coloquial, ya que la risa surge siempre del contraste entre dos representaciones: el fenómeno como lo conocemos en la realidad y el modo en que ese mismo fenómeno se nos presenta en la obra cómica. De ahí que los motivos de la comicidad sean los mismos que los de la seriedad, pero ligeramente modificados para provocar ese contraste. El modo de alterar estos motivos pasa siempre por los mismos pasos. En primer lugar, debe simplificarse por reducción aquello que se quiere convertir en cómico. De todas las características atribuibles a una persona, una situación o una idea, se seleccionan tan solo una o dos. A continuación, estos rasgos son atenuados -lítotes- o exagerados para alejarlos del término medio a través de cuatro procedimientos: la caricatura, que consiste en exagerar un rasgo; la parodia, que lo sustituye por algo más bajo; el desenmascaramiento, que destruye la dignidad atrayendo la atención sobre las debilidades, y la comparación con algo bajo, que es una suerte de parodia sin sustitución. Como ha señalado Bergson, en la risa siempre hay un componente de castigo. Aquello que es objeto de la risa siempre es sancionado negativamente, y de ahí que los diferentes estratos del polisistema utilicen la literatura cómica en la lucha por la posición central. Así, como sucedía con la literatura de la seriedad, la literatura cómica puede tener diferentes funciones. La literatura cómica puede estar al servicio de la promoción simbólica de los valores e intereses del estrato del polisistema al que pertenece. Dado que la risa tiene un componente destructivo y de castigo, lo lógico es que la literatura cómica desempeñe esta función atacando las representaciones colectivas de los otros estratos del polisistema. Sin embargo, aunque esta es la tendencia dominante cuando la literatura cómica funciona como instrumento de promoción de los valores de su estrato del polisistema, en ciertas ocasiones se castigan con la risa algunos elementos del propio estrato del polisistema, como sucedía, por ejemplo, con el teatro amable de José María Pemán. En estos casos, la literatura cómica sirve, como decía Radcliffe-Brown, para limar las asperezas que puedan surgir en la estructura social. Al mismo tiempo, la literatura cómica puede focalizar la risa en determinados aspectos de su estrato del polisistema, no ya para aliviar tensiones sociales, sino para alertar de ciertos aspectos que deben ser subsanados, y dotar así al estrato del polisistema de la flexibilidad necesaria para adaptarse a los cambios sociales. Desde los estratos periféricos del polisistema puede utilizarse el componente de castigo de la risa para atacar las representaciones colectivas del estrato central, con la pretensión de desacralizarlas. Es la función subversiva de la literatura de la que hablaron Mary Douglas o Bajtin. Se crean obras en torno a motivos asociados al estrato central del polisistema y se subvierten para desvalorarlos. La parte práctica de este proyecto de investigación se centra en cuatro obras: Guzmán de Alfarache de Mateo Alemán, Historia de la vida del Buscón de Francisco de Quevedo, Moll Flanders de Daniel Defoe y Tom Jones de Henry Fielding. Tradicionalmente, la crítica se ha venido refiriendo a estas novelas como picarescas, añadiendo el adjetivo inglesa o española para señalar su especificidad. En nuestra opinión, la tematología puede ayudarnos a superar el punto muerto al que se había llegado estudiando la novela picaresca desde perspectivas formalistas y de contenido. Considerar la picaresca, como propone Ulrich Wicks, no ya un género, sino como un motivo, nos ofrece la amplitud suficiente para incluir obras alejadas en el tiempo y en el espacio y vincularlas con sus respectivas culturas. Wicks define el modo picaresco como el de un protagonista antiheroico, peor que nosotros, atrapado en un mundo caótico, peor que el nuestro, en el cual se encuentra en un eterno viaje de problemas que le permiten ser alternativamente explotador y víctima. Este modo picaresco, que satisface de forma inconsciente nuestro deseo de viajar por un mundo desordenado y caótico, se opone al modo romance que responde a nuestra necesidad inconsciente de participar en un mundo armónico, ordenado y bello. Precisamente de esta oposición entre el modo romance y el modo picaresco surge una de las características definitorias del modo picaresco que no había sido contemplada por Wicks en su definición: la comicidad. Resulta significativo que todas las obras construidas en torno al modo picaresco siempre contengan, en mayor o menor medida, pasajes cómicos. Ello es debido a que el lector percibe inevitablemente la oposición entre el héroe picaresco, peor que nosotros y que se enfrenta un mundo peor que el nuestro, con el héroe épico o trágico, muy por encima de nuestras cualidades de hombres corrientes y en lucha con un mundo sublimado. Cualquiera de las cuatro teorías de la risa recogidas en la parte teórica -teorías del contraste, de la ambivalencia, de la incongruencia y de la sorpresa- pone de manifiesto que la risa, y por tanto la comicidad, surgen del contrastre entre el mundo armónico y ordenado de la seriedad y el paródico y subvertido de lo cómico. En la parte teórica de esta tesis doctoral se ha señalado que las explicaciones genéticas de los motivos cómicos deben hacerse en dos direcciones: con respecto al motivo de la seriedad con que contrastan para provocar la risa y con respecto a otras concreciones del mismo motivo cómico. En cuanto a la primera de estas dos explicaciones ya se ha señalado en el párrafo precedente que el motivo picaresco es la versión cómica del motivo del viaje iniciático de la seriedad. En cuanto a la segunda, el motivo picaresco ha tenido gran recorrido a lo largo de la historia de la literatura mundial, desde El Satiricón de Petronio hasta novelas modernas como El misterio la cripta embrujada, El laberinto de las aceitunas y La aventura del tocador de señoras, de Eduardo Mendoza, pasando por los Fabliaux, la literatura goliardesca, Giovani Bocaccio o La Celestina. Evidentemente, nuestras explicaciones genéticas no pueden fijar todas las relaciones de hecho de las diferentes concreciones del motivo picaresco desde la literatura griega y romana hasta nuestros días, por lo que nos hemos visto obligados a acotar nuestro campo de estudio a las obras españolas de los siglos XVI y XVII, a las inglesas del XVIII, que son a las que pertenecen las cuatro obras objeto de estudio en las tesis doctoral, y a las obras francesas y alemanas de los siglos XVII y XVIII, que sirven como puente entre ambas tradiciones literarias. En España, El Lazarillo de Tormes fijó en el siglo XVI las convenciones del motivo, el modo en que en lo sucesivo habían de componerse las obras basadas en el motivo picaresco. El Lazarillo es una supuesta autobiografía que narra una historia de carácter episódico, en la que aparecen una serie de personajes y situaciones de los que se hace sátira y se moraliza a través de la risa. Los personajes encarnan vicios sociales que, a ojos del autor, deberían enmendarse. La segunda concreción del motivo picaresco en España se produce cuando Mateo Alemán escribe Guzmán de Alfarache. La deuda de Mateo Alemán con el autor del Lazarillo es evidente, pero no se limita a repetir una fórmula ya dada, sino que utiliza el periplo vital del pícaro para exponer toda una teoría religiosa contrarreformista del pecado y la redención, muy alejada del erasmismo del Lazarillo. El componente moral está mucho más presente en la obra de Alemán, y la sátira no se centra tanto en los vicios sociales como en el propio pícaro, al que se convierte en un símbolo del pecado original. Entre la publicación de Guzmán de Alfarache y la Historia de la vida del Buscón aparecen en España dos obras -el Guzmán apócrifo de Martí y el Guitón Honofre- que en poco o en nada varían el camino abierto por el autor del Lazarillo y por Mateo Alemán. Como era de esperar en un autor de la talla de Quevedo, tampoco se limita a repetir una fórmula dada. Quevedo depura de su obra de cualquier digresión moral explícita para presentarnos una narración pura. El componente moral de la obra no nos viene dado por la intervención directa del narrador opinando sobre los hechos de su vida pasada, sino a partir del componente de castigo que tiene la risa. Todo aquello que se considera que debe ser mejorado es sometido a una violenta sátira. Al margen de La Pícara Justina, que hace a una mujer protagonista del motivo picaresco, ninguna obra española aportará algo original a la concreción del motivo. La hija de la Celestina, El castigo de la miseria, Marcos de Obregón, La desordenada codicia de los bienes ajenos, La segunda parte del Lazarillo de Tormes, El Lazarillo de Manzanares, Alonso mozo de muchos amos, las tres novelas de Castillo de Solórzano, Gregorio Guadaña y Estebanillo González son revisiones de los modelos planteados por El Lazarillo de Tormes, Mateo Alemán y Quevedo que no ofrecen ningún elemento sustancial nuevo. Simplicissimus de Grimmelsaucen, en Alemania, y Gil Blas de Lesage, en Francia, preparan el camino para lo que será la picaresca inglesa. En la primera de estas obras, Grimmelsaucen se desmarca del catolicismo contrarreformista impuesto por Mateo Alemán y hace al entorno y a la sociedad injusta responsables del mal comportamiento de su pícaro, que, al contrario de lo que sucedía en la picaresca española, sí mejora su estatus social tras su periplo vital. En Gil Blas el contrarrformismo barroco de Mateo Alemán es sustituido por ideas ilustradas propias del capitalismo incipiente que empezaba a asomar en Francia por aquellos días. La nueva moral no ve nada censurable en querer medrar para alcanzar en este mundo la felicidad, que se identifica con la posesión de bienes materiales, y de ahí que Gil Blas acabe su vida desahogadamente dueño de un castillo. La risa ya no castiga al pícaro por su desmedido afán de medro, sino a una sociedad que obstaculiza la legítima aspiración a medrar de todos los seres humanos. La picaresca inglesa, en general, está mucho más cercana de esta visión capitalista del mundo de Lesage que del conservadurismo contrarreformista de Mateo Alemán o Quevedo. Moll Flanders, como Pablos o Guzmán, es de origen vil, se mueve por la voluntad de medro, se enfrenta a un mundo hostil y (como le ocurre a Guzmán) experimenta una degradación moral que acaba en una conversión final en la que se vuelve hacia Dios. Sin embargo, Moll Flanders no es mala por naturaleza, sino que su caída en el vicio y en el pecado es perfectamente explicable como consecuencia de una sociedad injusta que se ceba con los débiles, a los que niega cualquier oportunidad de abandonar su miseria. Ya no hay preocupación ética religiosa, como en Guzmán de Alfarache, sino un humanitarismo de corte calvinista que identifica la felicidad con la adquisición de bienes materiales y estos con el reconocimiento divino. De todas las obras analizadas en esta tesis doctoral, Tom Jones es la que menos se ajusta al motivo picaresco. Tom es un personaje antiheroico, porque Fielding nos lo presenta al principio de la obra como un expósito, pero no roba ni engaña, y su único vicio es cierta tendencia a la lascivia que en todo momento es contemplada por el autor con benigna indulgencia. Más que un personaje antiheroico, es un personaje no heroico, en el sentido de que no encarna ni vicios ni virtudes, sino a un personaje de carne y hueso. Asimismo, el mundo al que se enfrenta Tom no es peor que el del lector, y tan sólo hay un par de personajes realmente malvados -Blifil y el alférez-, que son justamente castigados al final de la obra. Las explicaciones causales del motivo picaresco se han hecho en tres niveles: En primer lugar nos preguntamos por qué el motivo picaresco resulta cómico. En las explicaciones genéticas ya hemos apuntado los mecanismos por los cuales surge la risa en le motivo picaresco. Este motivo resulta cómico porque traspone lo solemne en coloquial. El motivo del viaje iniciático se estructura en torno a un personaje que abandona su aldea -símbolo de la vida que el individuo ha llevado hasta el momento-, y se enfrenta a una serie de pruebas -período ritual- para regresar reforzado de nuevo -símbolo de la adquisición de nuevo estatus-. En la versión seria, todos los símbolos que componen el motivo aparecen cargados de solemnidad y dignidad: los héroes pertenecen a nobles linajes y se enfrentan a terribles enemigos con entereza, valor y honestidad. Por el contrario, la versión cómica se presenta como el envés: el pícaro es un personaje cobarde y deshonesto que sólo se enfrenta a venteros, alguaciles, damas y demás ciudadanos a los que daña gracias a su ingenio y su falta de escrúpulos. El modo por el cual se transforma el motivo de la seriedad en cómico es la subversión. Este proceso pasa fundamentalmente por la simplificación por reducción y la degradación. En el primero de ellos se escogen los rasgos más característicos de aquello que se quiere subvertir. El pícaro, sobre todo en la novela picaresca española, es reducido a los rasgos de carácter que mueven su acción: la voluntad de medro y una baja catadura moral que incluye pocos escrúpulos y mezquindad. El resto de características (quizá con la única excepción del Lazarillo y Guzmán) son minimizadas o pasadas por alto. Una vez reducido el personaje a unas pocas características, estas son degradadas, alejándolas del término medio. Se degrada la voluntad de medro exagerada del pícaro: que un individuo perteneciente al estrato social más bajo se plantee pertenecer a la clase dominante, llegando incluso a hacerse pasar por un componente de la misma, resulta ridículo. Y, además, se degradan los rasgos de su carácter. En segundo lugar nos preguntamos qué hay de universal en el motivo picaresco. Nos hemos referido en reiteradas ocasiones a la novela picaresca como la expresión en forma de literatura de un viaje iniciático. Lo que mueve la acción del pícaro es la voluntad de cambiar de estado, su intento por medrar y cambiar la situación inicial de la que parte. Desde un punto de vista antropológico, ese intento de mejorar la situación social por parte del pícaro supone un cambio de rol, ya que implica necesariamente un cambio de posición social. El pícaro que quiere medrar pretende pasar de un estatus social a otro. En las diferentes culturas existentes a lo largo del mundo, los cambios de roles por parte de los individuos que las configuran llevan asociadas siempre una serie de expresiones simbólicas que escenifiquen ese cambio. En antropología, estas representaciones simbólicas del cambio se conocen como rito de paso. Dado que el pícaro se propone un cambio de estatus, debe haber inevitablemente cierta correspondencia/homología entre los ritos de paso y los viajes iniciáticos narrados en el motivo picaresco. Evidentemente, esta correspondencia entre rito de paso y viaje iniciático no se limita en la literatura al motivo picaresco, sino que se extiende a todas aquellas manifestaciones literarias en las que el protagonista cambie de estatus. Así, además del pícaro, el caballero andante o los jóvenes protagonistas de las bildungsroman escenifican, cada uno a su manera, un rito de paso. Arnold Van Gennep sostiene que la vida de los seres humanos transcurre en una continua sucesión de etapas: nacimiento, pubertad, matrimonio, paternidad, progresión de clase, especialización ocupacional, muerte¿. Asimismo, los individuos estamos sujetos a ciclos naturales, a ritmos ajenos a nuestro control, pero que afectan a nuestras vidas y a su organización, como los solsticios, las ceremonias de la luna llena¿ Todos estos cambios deben ser controlados por las diferentes culturas para que la sociedad no experimente ningún perjuicio, de modo que a dichos cambios se les asocian ceremonias que tienen exactamente la misma función: hacer que el individuo pase de una situación determinada a otra. Victor Turner señala que los ritos de paso son ceremonias por las que todos los hombres tenemos que pasar en todas y cada una de las circunstancias graves de nuestra vida. Los individuos somos categorizados en diferentes compartimentos en el seno de nuestras sociedades atendiendo a nuestra edad, nuestro sexo o nuestra clase social. Estos compartimentos no son fijos ni estancos, ya que, como decía Van Gennep, para los grupos y para los individuos la vida es un continuo disgregarse y juntarse, actuar y descansar, para actuar a continuación de otra manera. La vida es un permanente descubrimiento de nuevos umbrales. Para pasar de uno a otro, los seres humanos nos sometemos a los ritos de paso, diferentes formalmente dependiendo de la cultura de que se trate, pero semejantes en el mecanismo. Van Gennep diferencia tres fases en torno a las que se estructuran los ritos de paso: una primera fase de separación, en la que se expresa simbólicamente el apartamiento del individuo o del grupo de un punto anterior fijado en la estructura social, de un estado (conjunto de condiciones sociales) o de ambos; una segunda fase de marginalidad o limen, en el que las características del iniciando son ambiguas porque atraviesa un entorno cultural que no es ni el estatus del que parte, ni tampoco al que se aspira; y una tercera fase de reincorporación o agregación, en la que el sujeto ritual, ya sea individual o colectivo, consuma el cambio de estado, en virtud del cual adquiere ciertos derechos y obligaciones claramente estructuradas por la sociedad. A partir de este momento, se espera de los iniciados que mantengan un comportamiento acorde con las normas y los principios éticos que la cultura atribuye a aquellos que ocupan esos roles sociales. El mito del viaje iniciático sobre el que se construye el motivo picaresco se estructura como los ritos de paso en torno a dos triadas -separación, marginalidad y agregación, por un lado, y preliminares, liminares y postliminares, por otro- que se combinan con díadas, que son composiciones binarias que se entrecruzan. La acción que hemos estudiado cuando analizamos estructuralmente el motivo se corresponde con las tríadas separación-marginalidad-agregación y preliminares-liminares-postliminares, y las díadas con las oposiciones binarias que hemos visto en el espacio y en el tiempo. En tercer lugar nos preguntamos qué es lo que diferencia a las cuatro obras objeto de estudio esta tesis doctoral, es decir, nos preguntamos por sus significados locales. Victor Turner diferenciaba en todas las sociedades entre estructura y communitas, entendiendo por la primera la sociedad jerarquizada, con roles y posiciones bien definidas y delimitadas, y por la segunda la igualación todos los miembros del grupo humano sin distinciones jerárquicas ni roles. Los ritos de paso son consecuencia de que un individuo o un grupo de individuos no encajen dentro del sistema de posiciones sociales de la estructura. Así, cuando uno alcanza una determinada edad ya no puede seguir ejerciendo el rol de niño. Sin embargo, el individuo no pasa a desempeñar el rol de adulto hasta que la sociedad lo reconoce como tal. Para ello, las culturas tienen mecanismos como los ritos de paso, que sirven, entre otras cosas, para legitimar ante la sociedad y el propio individuo el cambio de rol. Durante los ritos de paso, los iniciandos son apartados de la sociedad precisamente porque ya no encajan en el sistema de posiciones sociales de la estructura. Este apartamiento se lleva a cabo en la communitas, donde todos los individuos son iguales, independientemente del rol que hubiesen desempañado y vayan a desempeñar en la estructura, y durante el mismo se somete a los iniciandos a una serie de pruebas con una doble función: por un lado, sirven para educarlos y prepararlos para afrontar los derechos y deberes inherentes al nuevo rol, y, por otro, se les castiga y se les humilla con la intención de amoldar su carácter a este nuevo rol. Este apartamiento para realizar una serie pruebas en el anonimato de la communitas se expresa simbólicamente en los motivos del viaje iniciático, de manera que el héroe pierde su nombre y su estatus en el momento en que abandona la aldea. Más allá de las fronteras de su lugar de origen, el héroe iniciático es un completo desconocido. Ni su nombre ni sus lazos de sangre pueden ayudarlo a superar las pruebas. Como los héroes iniciáticos, los pícaros protagonistas del motivo picaresco abandonan su casa para realizar una serie de pruebas en las que sistemáticamente son humillados y degradados, ya que el motivo picaresco no es más que una expresión simbólica cómica de los ritos de paso. Como creemos haber demostrado, las obras literarias no se componen en un vacío cognitivo, sino que son el resultado de las culturas que las vieron nacer. Guzmán de Alfarache e Historia de la vida del Buscón expresan simbólicamente el conservadurismo y el inmovilismo de la sociedad barroca en la que fueron compuestas. Tanto en una obra como en la otra, todo intento del pícaro por medrar es severamente castigado con la risa. El nacimiento vil, las denigrantes pruebas y el fracaso final expresan la impermeabilidad entre las diferentes clases sociales. El nacimiento determinaba la posición social que ocupará el individuo a lo largo de su vida. En el caso del pícaro, su origen vil es la justificación simbólica del determinismo que condenaba a los individuos de clase baja a permanecer en la base de la pirámide, al servicio de los poderosos. Un individuo que tratase de cruzar las estrictas fronteras entre las diferentes clases sociales atentaba contra el rígido sistema de posiciones sociales de la España barroca, y de ahí que el pícaro sea castigado con la risa incluso antes de su nacimiento. Mateo Alemán, a diferencia de Quevedo, le da al nacimiento vil de su protagonista una dimensión religiosa empapada del pesimismo contrarreformista que era tónica general en la cultura de la época. La profunda crisis económica y social, las guerras religiosas y las hambrunas en que había terminado el entusiasmo reformista renacentista no podían sino acabar en una concepción catastrofista del hombre y de la vida. Para Mateo Alemán, el origen vil de su pícaro es un símbolo del pecado original del hombre. Las pruebas a las que se someten Pablos y Guzmán a lo largo de sus vidas, en las que roban, engañan y estafan, son las propias de estos individuos bajos y mezquinos, y sirven para castigar con la risa la voluntad de medro de un individuo en una sociedad cuyas fronteras sociales eran absolutamente infranqueables. Guzmán de Alfarache e Historia de la vida del Buscón expresan en toda su crudeza el conservadurismo y el inmovilismo barroco, pero, mientras que la segunda se limita a hacer burla del pícaro que intenta medrar, la primera ofrece una solución religiosa al conflicto. Tanto Guzmán como Pablos fracasan en su intento de mejorar económica y socialmente, pero el primero, tras haber llegado al límite de la degradación moral en su condena a galeras, se vuelve hacia Dios y renuncia al mundo material. Las pruebas de Pablos no eran más que el modo en que demostrar la mezquindad de un individuo que pretendía estar por encima de la rígida organización social. Las de Guzmán son la preparación para esa apoteosis final que libera al individuo y le otorga una vida plena en la conversión religiosa. En este sentido, las pruebas de Guzmán están mucho próximas al sentido que cobran las pruebas en los ritos iniciáticos de las sociedades tradicionales. Como hemos señalado, una de las funciones de las pruebas de los ritos iniciáticos es castigar y humillar al iniciando con objeto de amoldar su carácter al nuevo rol. A lo largo de su periplo vital, Guzmán lleva a cabo una interminable lista de intentos por medrar socialmente sin preocuparse por tener que recurrir a medios ilícitos. Tras sus reiterados fracasos, Guzmán comprende la vanidad de las cosas y decide renunciar al mundo. Mientras que el viaje inciático de Pablos acababa truncado, el de Guzmán no, al menos en el plano religioso. Las pruebas de Guzmán sí han tenido la función de prepararlo para su nuevo rol, porque, a fin de cuentas, su periplo vital no se ve truncado como el de Pablos, sino que, como los héroes de los viajes iniciáticos de la seriedad, acaba transformado para vivir más plenamente. Simplemente, no ha alcanzado el motor de su acción, el objetivo que se proponía alcanzar al comienzo de su periplo. Contemplado desde un punto de vista material, el viaje iniciático de Guzmán, como el de Pablos, ha sido un rito de paso fallido. No ha conseguido medrar socialmente, sino todo lo contrario: Guzmán acaba en galeras. Sin embargo, con ese éxtasis religioso final, Mateo Alemán expresa los valores de la cultura contrarreformista de la España barroca. El problema de Guzmán era que había errado el objetivo de su viaje inciático. El medro social no es el modo en el que deben y pueden mejorar sus vidas las clases desfavorecidas. Sólo en el plano espiritual, renegando del mundo y volviendo su alma a Dios, los pobres pueden alcanzar algún consuelo. El viaje iniciático de Guzmán no es un rito de paso fallido en el sentido que lo era el de Pablos. Este no aprende ninguna lección con sus pruebas, y por eso la vida que continúa en las Indias seguirá por el mismo camino que lo ha llevado a convertirse en un prófugo de la justicia. Guzmán, muy al contrario, sí ha aprendido la verdadera lección de las clases desfavorecidas: no hay otra posibilidad de mejora que no sea la del renunciamiento y la conversión religiosa. Así, su viaje inicático se cierra en una estructura circular. Su conversión es lo que se expresa en otros viajes iniciáticos de la seriedad como la vuelta del héroe mejorado a la aldea. En este sentido, esta ideología contrarreformista de Mateo Alemán, que ve en el hombre, por el hecho de serlo, un ser naturalmente inclinado al mal, pero al que le ha sido otorgada la gracia del libre albedrío, que es lo que le permite volverse hacia Dios y salvarse renunciando al mundo material, no es más que el típico discurso de las religiones en las sociedad muy estratificadas. Guzmán de Alfarache es, como diría Marvin Harris, un instrumento de control del pensamiento que santifica los poderes y privilegios de la élite dirigente y enseña que el equilibrio y la continuidad del mundo exigen la subordinación de las clases bajas. La picaresca inglesa, representada en esta tesis doctoral por Moll Flanders y Tom Jones, le da al motivo picaresco un sentido radicalmente distinto. Este motivo nos presenta a un individuo que, en su voluntad de medrar, obra mal y cae en el vicio y en el pecado. Así enfocado, el motivo picaresco lleva inevitablemente a los autores a plantearse las razones por las cuales sus protagonistas obran mal, lo que, en última instancia, no es sino una metonimia de una pregunta más amplia: ¿cuál es el origen del mal? El modo en que se responda a esta pregunta determinará en gran medida el significado de las diferentes concreciones. Como acabamos de ver, una cultura como la española del siglo XVII responde a esta cuestión situando la causa del mal en el mundo en el individuo, lo que expresaban en el ese nacimiento vil, símbolo del pecado original del hombre. Por el contrario, el precapitalismo incipiente en el que escriben Fielding y Defoe no puede en modo alguno tener una concepción tan pesimista de la vida y del hombre. El sistema de mercado necesita de la libre competencia para generar riqueza. Sin la posibilidad de mejorar materialmente en el mundo, los individuos carecerían de la motivación necesaria para embarcarse en las empresas mercantiles. De ahí que ni Fielding ni Defoe les nieguen a sus pícaros el éxito. No sólo no hay nada reprensible en el deseo de Moll de no servir nunca y en el de Tom de casarse con Sophia, sino que tanto Fielding como Defoe transmiten al lector que esta es una aspiración sana y justa. No es su maldad innata lo que lleva a Moll y Tom a querer medrar, sino una aspiración natural en consonancia con la voluntad divina. Si estos dos personajes obran mal, es porque la sociedad es injusta y no permite a los individuos satisfacer su legítimo deseo de medrar, no por aquel pecado original del que hablaba Mateo Alemán. El mal no es debido a la naturaleza humana. Es el sistema social injusto que obliga a los individuos, naturalmente inclinados al bien, a obrar mal. Por ello, en estas obras no se denigra tanto al pícaro, que no deja de ser una víctima, como a esa sociedad injusta que lo arrastra inevitablemente hacia el pecado. En este sentido, tanto Tom Jones como Moll Flanders expresan simbólicamente las luchas entre facciones propias de la cultura en el seno de la cual fueron escritas: la del capitalismo incipiente y su necesidad de igualdad de oportunidades y la del viejo sistema de terratenientes basado en la propiedad de la tierra. Entre el triunfo final de Moll Flanders como rica hacendada en Virginia, el puritanismo humanitarista de Defoe y el sistema precapitalista existe una lógica correspondencia. El capitalismo, para desarrollarse, necesita que los individuos puedan medrar económicamente. Este hecho, en el campo religioso, se expresa por medio del calling divino, de la llamada puritana a tratar de alcanzar riquezas por medio del trabajo, cuya obtención es un signo del reconocimiento divino y, por lo tanto, de calidad moral. De ahí que Moll no acaba pobre y desamparada como Pablos o Guzmán, sino que termina convirtiéndose en una rica terrateniente. Al mismo tiempo, el capitalismo necesita del respeto a la propiedad privada, pilar sobre el que se sustenta cualquier sociedad basada en los bienes materiales. El pecado de Moll Flanders no es su voluntad de medro, sino tratar de medrar por medio ilícitos que atentan precisamente contra esa propiedad privada. Mientras no intenta medrar por medio del trabajo, todos sus desvelos serán en vano, y con frecuencia será castigada con la risa. No será hasta su conversión religiosa en la prisión de New Gate cuando Moll comience a mejorar. El conflicto planteado por Fielding, aunque también determinado por la cultura precapitalista, es menos radical que el de Defoe. Tom Jones es un buen muchacho, cuyo único pecado es ser un expósito. Con toda probabilidad, si desde el comienzo hubiese podido casarse con Sophia, no hubiese incurrido en ninguno de los errores en los que acabará cayendo. Pero no es la precariedad económica la que lo lleva al pecado, sino los prejuicios y las convenciones sociales que no permiten a un muchacho sin padres casarse con una dama. En este sentido, la carencia inicial que incita al pecado a Tom afecta más a la organización de la vida doméstica que a un reparto injusto de los bienes materiales. Tom Jones, más que la expresión simbólica del capitalismo incipiente de un individuo en lucha por obtener bienes materiales, es la expresión de una sociedad precapitalista que usaba el matrimonio como un contrato, como una forma de mantener y aumentar los bienes. Mary Douglas en Pureza y Peligro demostró que todo aquello que es ambiguo y que por tanto no encaja dentro de los sistemas clasificatorios tiende a ser rechazado, tanto por los individuos como por las sociedades. Los seres humanos organizamos el caos exterior del mundo a través de una serie de compartimentos estancos que aprendemos en el seno de la cultura, a los que Douglas llamó ¿representaciones colectivas¿. Estas representaciones colectivas tienden a ser conservadoras, de modo que todo aquello que no encaja en ellas se valora negativamente. Los individuos, con cierto esfuerzo, podemos cambiar nuestras representaciones, pero a nivel social estos cambios son infinitamente más complejos, porque las diferentes culturas desarrollan mecanismos para defenderse. Pueden reajustar estas anomalías dentro del sistema de representaciones colectivas, pueden controlarlas físicamente, pueden diseñar una regla que las controle, pueden considerarlas peligrosas y marginarlas o pueden crear mitos y realizar ritos que las sublimen y las reinserten en el sistema. Los iniciandos de los ritos de paso son personajes liminales que no encajan dentro del sistema de posiciones sociales. Ya no se ajustan al rol que desempeñan, pero aún no tienen uno nuevo, y de ahí que durante los ritos iniciáticos a los iniciandos se les aparte por considerarlos peligrosos. El pícaro, que no se resigna al rol social que le ha sido asignado por nacimiento, no encaja dentro del sistema de posiciones sociales y, por tanto, de representaciones colectivas. Es un individuo liminal, que está al margen, es peligroso y se le considera contaminado. Por ello, es necesario someterlo a un rito de paso que lo reinserte en el sistema, bien otorgándole una nueva posición, como es el caso de la picaresca inglesa, bien destruyendo esas ansias de medro que lo convierten en peligroso. Para ello el pícaro emprende un viaje iniciático. Desde el estrato central del polisistema, este pícaro que amenaza con trastocar el sistema de posiciones sociales es peligroso y de ninguna manera puede ser reinsertado dentro del sistema si no es en la misma posición que de la que partía. Así, ni Mateo Alemán ni Quevedo le otorgan a sus pícaros la posibilidad de éxito. Desde el estrato central del polisistema en el que se inscriben estos dos autores españoles, se carga con connotaciones negativas a este personaje marginal, y se conjura el peligro expulsándolo fuera del sistema mientras no se resigne al rol que le había sido asignado por nacimiento. Guzmán de Alfarache e Historia de la vida del Buscón son, en este sentido, instrumentos al servicio del poder consensual. Sin embargo, el carácter ambiguo del pícaro no siempre tiene por qué ser usado para denigrarlo y defenderse de él. Esta ambigüedad puede ser usada por los estratos periféricos del polisistema para poner de manifiesto las contradicciones del sistema y atacar así la posición central. Moll Flanders y Tom Jones son dos personajes ambiguos y peligrosos. Pero esta peligrosidad no deriva tanto de ellos como individuos como de una sociedad injusta que destierra a los márgenes a aquellos individuos que tienen la legítima aspiración de medrar. Cruzar una frontera social implica ser ambiguo. Por eso las sociedades crean ritos de paso cuya función consiste en reinsertar lo anómalo. En las cuatro obras objeto de estudio de esta tesis doctoral, la peligrosidad del pícaro es conjurada por medio de un rito de paso, y se coloca al pícaro donde creen los diferentes estratos del polisistema que le corresponde: el conservadurismo del estrato central español lo destruye hasta dejarlo en el mismo lugar del que había partido y que le corresponde por nacimiento, y el precapitalismo periférico de Defoe y Fielding le permite mejorar triunfando sobre la sociedad injusta. Victor Turner diferencia entre ritos de crisis y ritos de inversión. En los primeros, el sujeto pasa de una posición social inferior a otro superior de forma irreversible. De acuerdo con el antropólogo británico, estos ritos de crisis están restringidos a las clases poderosas. A estas es a las únicas a las que está permitido mejorar de posición social, ya que el ascenso de los pobres al poder amenazaría su posición y, por tanto, el sistema. Los ritos de inversión son ritos ligados al calendario que se repiten cíclicamente. En esta clase de ritos se da una inversión temporal de las posiciones sociales: lo alto se pone bajo y lo bajo alto. Durante un periodo de tiempo determinado, los poderosos son denigrados y los pobres se comportan como si fuesen ellos los que detentasen el poder. Este es el rito de las clases desfavorecidas, ya que, al contrario de lo que sostenía Bajtin, son ritos tremendamente conservadores. Durante ellos no se destruyen las reglas. Sólo se difuminan, y, al terminar dichos ritos, no se establece un nuevo orden social, sino que la vida y el sistema de posiciones sociales vuelve al mismo punto en que se encontraba antes de empezar el rito, aunque depurado de las tensiones que las desigualdades hubiesen podido generar. El rito de inversión no es más que un juego porque es una inversión temporal. A los débiles les está negada la posibilidad de cambiar de estatus y por ello, cuando termina el rito, la vida vuelve a empezar donde se había dejado antes del rito. Moll Flanders y Tom Jones son ritos de crisis, mientras que Historia de la vida del Buscón y Gumán de Alfarache son ritos de inversión. Las dos primeras son obras cómicas porque durante los ritos de crisis se humilla a los neófitos para inculcarles los valores de la humildad y la paciencia. Las dos segundas son obras cómicas porque la risa surge en los ritos de inversión del contraste de poner lo alto bajo y viceversa. Guzmán de Alfarache e Historia de la vida del Buscón están al servicio de la difusión de la ideología del estrato central del polisitema. Según Mary Douglas, las sociedades no tienen por qué aniquilar las impurezas. Basta con reformularlas para que encajen, en este caso dentro del sistema de posiciones sociales. Por medio de estas dos obras se trata de reinsertar un fenómeno anómalo como el pícaro. No se niega su impureza -no se niega que existan individuos que no se resignan dentro del sistema de posiciones sociales-, sino que se les somete a un rito de inversión para reutilizar su marginalidad en beneficio propio. Para ello cargan moralmente contra la figura del pícaro. Al individuo que quiere medrar, lo que en principio es moralmente neutro, se le relaciona con una serie de acciones mezquinas que lo descalifican. De este modo, suman el carácter cíclico al moral. La anomalía del pícaro se reinserta situándola en la misma posición social de la que partió y, al mismo tiempo, se asocia a este individuo que intenta medrar con la mezquindad moral. Combinando estos viajes iniciáticos de la literatura cómica con los de la seriedad se crean una serie de representaciones colectivas al servicio de los intereses del estrato central del polisistema. Cuando el que intenta medrar es un representante de un estrato periférico como el pícaro, se le asocia con el vicio y el pecado y se le hace fracasar. Si el que trata de medrar es un representante del estrato central, como el Cid o Amadís de Gaula, triunfa y se le asocia con la virtud. La risa castiga lo disfuncional que es ambiguo. Esta ambigüedad crea una inquietud que es superada en Guzmán de Alfarache e Historia de la vida del Buscón con la risa usada como un mecanismo de defensa. De este modo, la risa en la picaresca española tiene la función que le había atribuido Radcliffe-Brown de reajustar la estructura social sin crear angustias. Se superan las tensiones que surgen de las desigualdades con la risa. Al mismo tiempo, las concreciones del motivo picaresco de Mateo Alemán y Quevedo sirven para difundir las representaciones colectivas del estrato central del polisistema y se utilizan defensivamente como instrumento de agresión contra otros estratos periféricos, lo que, como señalaba Davies, crea subsidiariamente un sentimiento de pertenencia al estrato central. Sin embargo, limitar la función del motivo picaresco en Guzmán de Alfarache e Historia de la vida del Buscón a esa función de apología del estrato central, aunque sea la fundamental, sería simplificar demasiado. Resulta evidente a cualquier lector que hay ciertos episodios de ambas obras que, antes que al pícaro, ridiculizan algunas instituciones o a otros personajes con los que tienen la desgracia de cruzarse. Ni Mateo Alemán ni Quevedo optan como única solución a la picaresca por la represión brutal. Para que no sigan surgiendo anomalías como Guzmán o Pablos es necesario reformular algunos aspectos de la sociedad. Así, los venteros, los falsos curas o los ricos son ridiculizados y castigados con la risa, porque hay ciertas conductas que deben ser corregidas. El sistema debe tener la flexibilidad suficiente para amoldarse a los cambios. Pero estas críticas, bajo las que se esconde una voluntad de cambio, nunca afectan al sistema en su totalidad, ya que esto supondría una actitud subversiva, y de ahí que queden fuera de las chanzas de Alemán y Quevedo aquellos aspectos fundamentales para el funcionamiento de la sociedad. Moll Flanders y Tom Jones son ritos de crisis subvertidos. Ambos protagonistas pasan de una posición social inferior a otro superior de forma irreversible. Sin embargo, ninguno de ellos pertenece, al menos al comienzo de la obra, a las clases poderosas. Se aplica, por tanto, un rito de cambio de estatus a dos representantes de una clase social a la que le está vedada el cambio. En la Inglaterra en la que vivieron Defoe y Fielding habían tenido lugar cambios sustanciales en los modos de producción, que avanzaban desde un sistema basado en la propiedad de la tierra hacia un sistema capitalista de mercado. Sin embargo, el poder seguía detentado por una vieja nobleza terrateniente que consideraba el trabajo como algo deshonroso. En la periferia del polisistema apareció un estrato burgués que tendía a identificarse con los puritanos, y cuyos intereses se concretaban enlos valores de la libertad, la tolerancia, la igualdad y el individualismo. A patir de un rito de crisis subvertido -una pobre huérfana consigue triunfar en la vida-, Defoe condensa toda esta ideología: Moll es libre para intentar medrar porque todos los individuos son iguales y tienen el mismo derecho a triunfar; la cúspide de la pirámide social ya no está reservada exclusivamente a los viejos terratenientes por linaje; Dios reconoce a los buenos otorgándoles bienes materiales en este mundo y se valora positivamente el trabajo, porque es el único medio lícito para medrar. Desde un estrato periférico del polisistema, Defoe presenta un rito de crisis subversivo con respecto a los valores del estrato central, esbozando un nuevo modelo de sociedad igualitaria, al convertir a una pobre en protagonista de un rito reservado a las clases privilegiadas. La lucha de Tom Jones no es tanto una lucha económica como una lucha ideológica contra las convenciones sociales, pero no por eso deja de ser un rito de crisis subvertido con el que se ataca la posición central desde la periferia. Tom, por su naturaleza de expósito, no estaba destinado a casarse con Sophia y, consecuentemente, a cambiar de estatus. En la picaresca española, lo que provoca la angustia es el pícaro, porque se contempla el problema de la anomalía desde la posición central. La risa carga contra el pícaro porque es él el que provoca la angustia. En Tom Jones y Moll Flanders, la causa de la angustia es la sociedad injusta. Ella es la que provoca la angustia que debe ser superada con la risa, y de ahí que el objeto de las chanzas sea antes la sociedad que Moll o Tom. La risa en la picaresca inglesa subvierte las representaciones colectivas del estrato central del polisistema porque sólo a sus miembros les estaban reservados los ritos de crisis, y Fielding y Defoe hacen protagonistas de estos ritos a lo más bajo de la sociedad. Las interpretaciones de la intención de Mateo Alemán y su Guzmán de Alfarache se pueden clasificar en tres grupos: las que creen que se trata de una obra de crítica social, las que sostienen que Alemán se proponía expresar la ideología de la contrarreforma y las que defienden una supuesta identidad conversa del autor, de manera que la obra sería una proyección de la situación los judíos conversos. En cuanto a las primeras, no negamos que pueda haber algo de crítica social, pero, como creemos haber demostrado, se trata antes de una apología del estrato central del polisistema con unos ligeros tintes reformistas que de una obra subversiva. En cuanto a la segunda, nos parece evidente que Mateo Alemán creó a un pecador al que dotó con la posibilidad de arrepentirse. Guzmán es un ejemplo para el lector al que se le instruye en la más pura ideología contrarreformista. Y en cuanto a la tercera, no está probado que Mateo Alemán fuese converso; en cualquier caso, su obra no se aparta un punto de la doctrina contrarreformista y no hay en ella una sólo crítica a la religión, más allá de cargar contra los falsos curas. Pero en este caso no se ataca tanto a la religión como a aquellos individuos que la utilizan para medrar sin ser sinceros, y es de señalar que los únicos personajes realmente buenos de la obra son religiosos. En consecuencia, creemos que la segunda opción, la que ve en la intención de Alemán la voluntad de expresar la moral contrarreformista, es la más adecuada, a la que habría que añadir una segunda intención a la que no siempre se le ha prestado la suficiente atención, como es la de dar la respuesta al Guzmán apócrifo de Martí, al que no duda en satirizar y ridiculizar a lo largo de la segunda parte de la obra. De Historia de la vida del Buscón se han dado muchas y muy diversas interpretaciones, pero todas están de acuerdo en que carece de la religiosidad de Guzmán de Alfarache. De la imposibilidad de ascenso social para el pícaro y de la cruel sátira de todos los personajes que aparecen en la obra (con la única excepción de Don Diego, representante de la nobleza), parece desprenderse una apología de las clases nobles y una crítica a los nuevos movimientos sociales que podrían proponer una nueva organización social. Paralelamente, nos parece que hay una segunda intención puramente literaria, como es el depliegue de ingenio que hace con su uso desenfrenado del lenguaje. Con Moll Flanders, Defoe se propuso estudiar los efectos del medio en el individuo y hacer una denuncia de una sociedad que marginaba a los pobres y a las mujeres, a los que oprime y cierra cualquier posibilidad de escapar de la miseria. Coinciden en este sentido las explicaciones intencionales y las funcionales, ya que la carga política de la obra de Defoe es muy explícita. Tom Jones denuncia la hipocresía todos sus aspectos. En primer lugar, denuncia una sociedad que identifica la posesión de bienes y de unos antepasados ilustres con la calidad moral. Todos los personajes con los que se encuentra Tom lo consideran un miserable sólo por el hecho de ser un expósito. Sin embargo, cuando se descubre la verdad acerca de sus padres, la actitud general cambia, y hasta el señor Western, que tan beligerante había sido, acepta encantado la idea de que Tom y su hija se casen, sin tener el más mínimo remordimiento de conciencia por su brusco cambio de idea. En segundo lugar, Fielding denuncia la hipocresía de una sociedad en la que no existe correspondencia entre la naturaleza -los sentimientos amorosos- y la cultura -las convenciones sociales-, y en la que los matrimonios se contemplan más como contratos que como expresiones de amor. Pese a que Tom y Sophia se aman sinceramente, no pueden casarse porque Tom es un expósito y ella una dama noble. Y en tercer lugar, Fielding carga contra el comportamiento moral relajado de ciertas damas de la aristocracia, encarnado en lady Bellastone.