Origen y psychévariaciones psico-espaciales de la muerte en Aleksándr Sokurov, Gunnar Asplund y Bo Widerberg.
- López-Santana, Pablo
- Rosa María Añón Abajas Director/a
Universidad de defensa: Universidad de Sevilla
Fecha de defensa: 22 de noviembre de 2013
- Félix Solaguren-Beascoa de Corral Presidente/a
- María del Mar Loren Méndez Secretario/a
- Josefina González Cubero Vocal
- José Manuel López-Peláez Morales Vocal
- Manuel Grosso Galván Vocal
Tipo: Tesis
Resumen
Comenzaré por zanjar una cuestión que me ha sido formulada en numerosas ocasiones durante los años que ha durado mi investigación, ¿qué tienen que ver Aleksándr Sokurov, Gunnar Asplund y Bo Widerberg? Absolutamente nada. Ahora bien, debo aclarar que esta es la respuesta que reservo exclusivamente a quienes precisan de la pregunta. Y hago eso simplemente porque el que pretende descifrar de antemano semejante asunto tiene demasiada prisa para interesarse por el trabajo, parece necesitar de una idea preconcebida sobre la que asentar la tranquilidad que la lectura requiere. Lo que ocurre, es que ese no es el punto de partida de la investigación. Es más, de haber encontrado alguna relación directa entre los autores todo se habría derrumbado, pues, precisamente la tesis se sustenta sobre la ausencia de esta (relación). Me corrijo, se sustenta sobre la ausencia de relación inmediata. Estando en curso el tercer año de mi carrera de estudiante de arquitectura, fallece mi tía-abuela, lo cual supuso mi primera experiencia existencial directa con la muerte. El dolor que aún hoy me produce el recordarlo todo � su muerte y su vida, mi vida � me impide extenderme más sobre el asunto, al menos ante la pantalla de mi ordenador. Se despliega en mí entonces un interés desmedido por la cuestión fúnebre que patrulla el comienzo de mi experiencia intelectual para/con el tema. Como el protagonista del film de Woody Allen Annie Hall [1977], mi biblioteca se empieza a llenar de libros y películas con la palabra �muerte� en su título. Los devoro con ansia. Mientras tanto, proyecto para mi fin de carrera un tanatorio que bautizo como �Máquina de Reflexión�, cuyo proceso de trabajo me acercó a la obra de Asplund y Lewerentz. Durante el arduo trabajo de este proyecto encargué por internet un pack de 4 películas de un tal Sokurov editadas en España por la distribuidora Intermedio. Un director ruso del que había leído un par de reseñas interesantes en la prensa, pero que no había estrenado ni una sola película en mí país. A los pocos días recibí el pedido, pero el escaso tiempo que me dejaba el proyecto del tanatorio me hace abandonar el pack en mi estantería. Una noche de verano cercana a la entrega decido darme un breve respiro en el trabajo y me dispongo a ver una de aquellas películas que había comprado hacía ya más de un año. Escojo Mat i syn [Madre e hijo � 1997] porque en su funda indica que dura 71 minutos, es la más corta de todas. Sólo puedo decir que me deja estupefacto. Su diégesis contiene todo el concepto de �geo-piedad� que Yi-Fu Tuan refiere en su libro Topofilia [1974] y que Asplund y Lewerentz introducen en el paisaje de su cementerio. Poco tiempo después, ya arquitecto pero cuando mi doctorado era algo que aún veía desde la lejanía, llega a mis manos un ejemplar ajado que la biblioteca de la Universidad tenía del ensayo de Jankelevitch, La muerte [1966]. Su estructura me interesa, nunca había leído nada semejante. Jankelevitch reflexiona a partir de una clasificación deíctica de la muerte, estableciendo una relación entre el discurrir temporal del hecho � antes (futuro), durante (presente) y después (pasado); con su categoría gramatical en la experimentación del mismo � primera, segunda y tercera persona respectivamente. Descubro así una posibilidad epistemológica en la estructura de análisis del ensayo del filósofo que plasmo en un esquema a lápiz que aún conservo. La obra del ruso-francés me influye de tal modo que a partir de entonces todo lo escruto con esa perspectiva. En tal situación, un día por la mañana en lugar de ir al estudio me quedo leyendo en el salón de mi casa. Mientras mi madre desayuna frente a mí está viendo en el televisor el canal de pago Cinematk. Termina y se marcha a su trabajo, pero no apaga el aparato. El mando me queda lejos y por pura pereza � es invierno, son las 8 de la mañana y estoy en la comodidad del brasero � no me levanto a apagarlo. De pronto veo que comienza una película de Bo Widerberg, un sueco que había conocido a través del programa de TVE de José Luis Garci años atrás. Elvira Madigan [1967]. Leo en la leyenda de sus créditos iniciales el tema y no puedo sino quedarme a verla. A medida que avanza el metraje voy descubriendo progresivamente un cuerpo existencial que subyace en la filosofía nórdica y una formalidad acusada en el arte del cambio de siglo allá por el Norte del continente. Su desarrollo resulta en principio tan opuesto al de Sokurov, pero simultáneamente tan próximo al de Asplund y Lewerentz que no puedo sacar ninguna conclusión. Sencillamente, en el preciso momento en que termina el film, corro a por mi esquema del libro de Jankelevitch y saco 3 flechas de cada una de sus categorías hacia las 3 obras: El Cementerio del Bosque [Asplund y Lewerentz � 1917-40], Mat i syn [Madre e hijo � 1997] y Elvira Madigan [1967]. Obviamente ese día no piso el estudio, me quedo escribiendo, ya tengo tesis. Inicio así mi investigación estudiando por separado la obra de cada autor, confiado en que en el camino encontraré un motivo que vincule de forma concluyente a estos, que responda a la cuestión maldita de por qué ellos. Bien avanzado el trabajo, emprendo un viaje a Escandinavia que resultará definitivo. En la maleta, poca ropa para irme 2 meses, la cámara de fotos, y muchos libros. Entre ellos, un libro de escritos de Sokurov recién editado. Una vez allí, una visita cambia mi perspectiva respecto al asunto. En Karesuando, al límite con lo que un día fue tierra rusa, hoy Finlandia, me uno a un grupo de húngaros que pretenden explorar los bosques de la zona. En uno de ellos, un lugareño nos advierte que estamos en un antiguo cementerio lapón. Los lapones enterraban a sus difuntos en mitad de los bosques sin rastro alguno de ellos. Nadie habría podido decir que estábamos en un camposanto. Sin embargo, comprendí el principio fenomenológico bachelardiano a través de la imaginación que brotaba del lugar toda vez que el espacio se había convertido en objeto experimentado. El espacio allí se había transformado inmediatamente en imagen imaginada allende su tridimensionalidad, más allá incluso de su relación con el cuerpo, toda vez que emergía ante nuestros ojos como constructo cultural. La esencia de una civilización se representaba en la imaginación misma que suscitaba el espacio del bosque. Así las cosas, esa noche, tras repasar las fotografías tomadas del lugar, un par de lecturas me acompañan en mi dormitorio de la pensión del pueblo: un pasaje acerca del uso de los bosques rusos del libro de Catherine Merridale sobre la muerte y las formas de enterramiento rusas en el s. XX; y un capítulo del libro de Sokurov extraído de sus clases para la Facultad de Filosofía de San Petersburgo. En este último, el cineasta desarrolla su idea sobre la formación cultural de las civilizaciones, lo que me hizo recordar entonces las teorías expuestas en La decadencia de Occidente [1918] de Spengler que descubrí durante mi proyecto fin de carrera. La diferencia entre ambas lecturas estriba sencillamente, en que la del ruso la recogí en el debido momento, en el preciso instante de madurez en la investigación que me permitía comprenderla en un sentido amplio que posibilitara una relación causal con el trabajo. En definitiva, la fenomenología de una experiencia directa con el espacio de la muerte me conduce a una segunda tentativa intelectual; así como sucediera años atrás con las teorías del ensayo de Jankelevitch tras la experiencia existencial con la muerte de mi tía-abuela. Así las cosas sólo me queda escribir, porque el substrato teórico ya está cerrado. Ahora sí que tengo la tesis. Todo argumento del trabajo debía concebirse sobre la firme convicción de que el hombre no es un elemento casual en el Universo, sino que adquiere su sentido existiendo en su seno. Y en este existir, el hombre representa un lugar para sí en el mundo, pero a su vez el hecho de tener que relacionarse con el exterior por una parte lo priva de la posibilidad de encerrarse en sí mismo de forma absoluta, y por otra le otorga la capacidad de comprender y la posibilidad de crecer. Este crecimiento pasa por un proceso de transmisión cultural imperceptible que representa algo similar al Super-Yo freudiano. Quizás pueda no comprenderse bien desde fuera de la disciplina, pero para un arquitecto, esto supone toda una negación de Gropius, cuyas ideas dieron lugar a buena parte del mundo como lo concebimos hoy en nuestra materia. Asumo por ello, cuántos debates se deriven de esta investigación. El simple hecho de vivir, implica así un roce con el mundo que transmite de una forma sinérgica su construcción propia a través de diversas formas de relación. De esta teoría surgen 3 grandes bloques para definir canales de transmisión cultural entre las civilizaciones: herencias, influencias y oposiciones. Ahora bien, estas formas no necesariamente respetan el significado que un diccionario actual establece de sus términos. En este sentido, según encuentran acomodo los autores en los bloques se va dilucidando la semiótica de estos. Es más, en ocasiones si quiera entablan una relación directa del autor con las fuentes de una cultura propia sobre la que se desarrolla su existencia y aprendizaje. Así, el proceso de transmisión se asemeja a una cierta noción termodinámica a partir de la cual la cultura no se destruye ni se crea, sino que se transforma, y los encargados de semejante transformación la realizan a través de la especificidad de su mundo: la disciplina; y conforme a su concepción propia de la naturaleza de esta: su método. De esta forma, cada autor en su bloque respectivo es �descodificado� así en relación a una suerte propia con respecto a su disciplina y método, pero también en relación a una terna de autores y obras que dibujan hoy determinados vínculos ya consagrados en nuestro país a colación de sus culturas; y todo ello en la conveniencia de una estructura general del trabajo. Porque esto no pretende ser una labor monográfica. Empleo el término �descodificar� porque, en mi opinión, creo que el �análisis� representa un instrumento demasiado grueso para el estudio de la esencia del arte, de la imagen, del espacio, de la muerte� Surgen así las auscultaciones fenomenológicas, epistemológicas y existenciales de la obra de cada autor repartidas en 5 capítulos que establecen una relación directa con sus métodos concentrados bajo la definición del espacio de desplazamiento, lo empedócleo y la fictorrealidad. Sokurov, Asplund y Widerberg respectivamente. Un cineasta ruso, un arquitecto sueco y un cineasta sueco. En sí mismos, combinados 2 a 2. Estudiados en 5 capítulos cada uno en la estructura de la primera parte del trabajo, que concede una posible lectura transversal 3 a 3 de los 15 capítulos totales, glosando así con sus cruces de relación la aparente estructura lineal de la existencia de cada autor que parece conducir una tendencia de continuidad en la historia del arte del periodo que va desde la sociedad protoindustrializada del XIX, hasta la parasociedad virtual del s. XXI. Asplund: 1885-1940, Widerberg: 1930-1997, Sokurov: 1951-� Es decir, lo que verdaderamente está en la esencia última del trabajo es el concepto de fuente en el proceso de creación. Ante lo cual prefiero no desvelar nada más. Finalmente, en la segunda parte, las 3 obras y la muerte, sus autores y su muerte, las variaciones de la muerte, la emergencia psico-espacial... Pero sobre todo, la muerte. Ahora sí, de veras. Esta es la tesis.